13 noviembre 2011

¿Y dónde estoy yo?

Hay ruinas dolorosas. El cine Ambassador, por ejemplo, parecía estar dispuesto a resistir mucho más. En él vi películas que me cambiaron la vida (cuando se tienen 15 años y se estudia teatro, una escena de Woody Allen o de Francis Ford Coppola te puede trocar la cabeza para siempre).
Ahora está forrado de tablas viejas. En el lugar de sus altísimas vidrieras crecen plantas parásitas, como si quisieran humillar al edificio, reducirlo al más indigno de los olvidos. No lejos del Ambassador, en la calle 50, está el cascarón de la bodega que fue de mi tía Monga. Un poco más allá, los escombros siderales del cine Cosmos, donde mi tía Sixta me llevó a ver a Sandokán.
Pero de todos esos vacíos ninguno me resultó tan doloroso como la estación de Cienfuegos Carga. Allí estuvo siempre la oficina de mi madre. En sus andenes, de niño, me aprendí el vocabulario y los gestos de los ferroviarios. Aún recuerdo los nombres y las voces de aquellos hombres que andaban con faroles aún debajo de sol abrasador.
No queda nada. Ni el alto techo de zinc de cuatro aguas, ni la balanceante escalera de madera, ni los balcones a punto de perder el equilibrio. Un vecino nos señaló el punto donde estaba la oficina del jefe de patio y el muro que deba a los apartaderos donde una Pata de Palo (una vieja locomotora alemana) armaba los trenes.
Cuando ya se iba, bajé la cabeza y le hice una última pregunta. La dije en voz muy baja, para estar seguro de que no me oyera:
—¿Y dónde estoy yo?

3 comentarios:

Gino Ginoris dijo...

Conmovedor, Camilo.

Anónimo dijo...

Muy triste..,no se lo que me espera.Ka

Enrisco dijo...

El Ambassador? el Cosmos? esos fueron junto al Metropolitan y el avenida los cines de mi infancia. No sabiamos que habiamos sido vecinos. Muy buen recuento. Luego hablamos. Abrazos.